martes, 2 de abril de 2024

 


La voluntad y la inteligencia son dos de las cualidades que nos distinguen como seres humanos, que son inherentes a nuestra naturaleza y exclusivas de ella. La otra es el amor.

Pero la inteligencia entendida no solo como la capacidad para resolver problemas- como suele afirmarse a veces- porque problemas también resuelven los animales. Los animales resuelven a menudo problemas muy complejos. No, la inteligencia es ante todo la capacidad de percibir lo real como real, de enfrentar las cosas allende nosotros, fuera de nosotros. Esto es lo característicamente humano. La inteligencia nos hace entonces interactuar con las cosas, con el mundo, transformándolas, transformándolo, y como consecuencia de ello hace también que nos transformemos a nosotros mismos. 

Por su parte, la voluntad es la facultad de la mente mediante la cual elegimos, decidimos, optamos por tal o cual vía de interacción con lo real y con nosotros mismos como realidad. Podemos hacer elecciones mejores o peores, pero en todo caso elegimos. Hasta en las personas mas pasivas y dependientes hay elecciones, es decir actúa la voluntad. 

Y entonces cabe la pregunta por la relación que hay entre inteligencia y voluntad.

Miremos en especial esto: la inteligencia es tanto mayor en una persona cuanta más capacidad tiene para encontrar relaciones entre las cosas reales entre sí y entre estas con la realidad; también para encontrar constantes, proporciones, simetrías, equivalencias, analogías, y por eso es que mediante ciertas pruebas elaboradas al efecto se puede “medir” la inteligencia de una persona. La voluntad, a su vez, está tanto mas en una persona cuanto mas constante es, cuanto mas disciplinada es, cuanto mas opta racionalmente por un camino en lugar de otro.

Acá ya puede verse en consecuencia una influencia de la inteligencia sobre la voluntad en cuanto que el raciocinio implica un discurrir de la inteligencia, una relación lógica de presupuestos fácticos o estrictamente lógicos que conducirían a una mejor elección. Aquí la inteligencia llevaría a la voluntad a encontrar una elección acertada.

Por otra parte, un mayor énfasis en decidir y en persistir, un mayor influjo en la conducta del factor elector, hará que la inteligencia se enfoque, se trace metas, objetivos claros. La inteligencia así influida por la voluntad delimitará los objetos, las relaciones entre ellos, y permitirá a la persona acceder a aspectos de lo real desconocidos para ella hasta entonces, encontrando relaciones inesperadas o soluciones a retos que lo real le haya colocado.

La voluntad, en efecto, influye en la inteligencia, y no solo porque direcciona a la inteligencia sino además porque obliga a factores claves de la inteligencia como la atención, la percepción, la memoria, a trabajar centrada e intencionalmente, con lo cual el resultado de la acción inteligente será mejor que si aquella no se hubiera hecho presente en un grado importante.

El cultivo de la inteligencia, su mayor desarrollo, incide positivamente en la voluntad, y viceversa: una voluntad desarrollada acrecentará la inteligencia en general y en particular los resultados inteligentes.

Toda intervención que desee desarrollar la inteligencia, en otras palabras, potenciarla, deberá cuidar el cultivo de la voluntad. La constancia, la planeación, la fijación de objetivos, la retroalimentación y evaluación de lo realizado y alcanzado será importantisimo en el crecimiento cognitivo, entendido ya no cómo mera abstracción sino como consecución de logros de vida personales y profesionales; humanos, en una palabra. 

En fin, inteligencia y voluntad están intrinsecamente relacionadas. Inseparables como tal, pero entrenables y cultivables en su singularidad. Así potenciandose una y otra se robustecen ambas  permitiendo que el sujeto así dispuesto se haga mas humano, mas integro, mas cercano a Dios.



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